El blog está de regreso, después de bastantes meses de ausencia y de sequía de letras.
Decido volver hoy con un tema que ronda constantemente en mi cabeza y creo que hoy podré aclarar o al menos intentaré hacerlo.
Quienes me conocen saben que hablo mucho y que desde siempre me ha gustado escribir. Disfruto del lenguaje como vía para todo, para crecer, para evadir, para acompañar y para estar dentro de cualquier circunstancia.
Esa soy yo y no pretendo que los demás sean así o ni siquiera que se sientan cómodos con que yo lo sea.
Desde muy pequeña empecé a escribir y no he parado. Tengo cuentos, poemas, diarios llenos, escribía cartas a mucha gente por mucho tiempo y desde que pude he tenido blogs de distintos temas en diversos momentos de mi vida.
Pero me descubro pausando por miedo.
Si.
El miedo que paraliza y que nos toca a todos.
Reflexionaba hace un poco sobre ese miedo y como va pausando los sueños. Congelando deseos porque nos convence de cosas. Y ahí es donde encuentro fácilmente la conexión con nuestro rol en la crianza y el papel que podemos jugar con nuestros hijos.
Seguir los sueños, dar rienda suelta a nuestro deseo e imaginación no lastima a nadie. Porque hacer lo que deseamos nos mejora, nos llena de emociones y nos hace más nosotros, así de fácil.
Los niños nacen listos para ser ellos. Preparados para irnos enseñando lo que disfrutan y lo que no, lo que desean y lo que no. Y no sé si se han dado cuenta pero ellos no dudan.
Tienen muy claras sus cosas favoritas aunque a muchos nos parezcan un tanto ilógicas. Y no es hasta que empezamos (los adultos) a indicarles que son «buenos» para algo o «no tan buenos» para lo otro que empiezan a tener miedo.
Miedo a fallar.
A no ser lo suficientemente buenos para lo que tanto aman.
Miedo a no cumplir con lo que los adultos esperan.
Llega el miedo y se va instalando hasta que de repente van dudando y ya no saben qué quieren, no saben qué les gusta ni creen ser buenos para nada.
¿Estamos compitiendo siempre?
¿Tenemos claro para qué?
Hablar con los niños interiores está muy de moda porque hay una gran cantidad de adultos reclamando su derecho a soñar.
Y no siempre somos los padres los encargados de coartar los sueños de los hijos. Muchas veces son los maestros que, en su afán de «enseñarles» los pausan. Tristemente también pasa que otros niños (que ya tienen el miedo bien arraigado) van enseñando a sus amigos que no se puede hacer todo lo que uno quisiera.
Así que si en el fondo siempre has querido escribir: házlo. Si tienes libros sin terminar, termínalos. Da igual si los publicas o no, lo importante es que te sientas en paz con el proceso.
Si siempre quisiste bailar pero «eres mala para hacerlo», baila, disfruta que puedes hacerlo.
No hay mejor forma de demostrarle a los hijos que la libertad y la valentía van de la mano que con el ejemplo. Ser auténticos puede costar «caro» y llevarnos a recibir críticas, quejas, etc. Pero creo que vale la pena correr ese riesgo.
La mayoría de la gente feliz toma decisiones ilógicas a ojos de los demás. Así que podemos aprender de la felicidad infantil que es tan simple y se llena con tan poco.
Se vale cantar desentonado, escribir desestructurado, bailar fuera de ritmo y sobretodo vivir sin un fin específico más allá de disfrutar.
Enseñarles a nuestros hijos que la vida puede transcurrir conectando sueños en vez de ser guiada por miedo es un gran regalo, intentémoslo.
No esperemos que sea un cambio rápido pues llevamos años de práctica, evadiendo los «fracasos» y confiando en nuestros «talentos».
Volemos sabiendo que la caída es solo parte del movimiento.
Como siempre, gracias por leer.
*todas las ilustraciones de pinterest
Muy lindo Anais!! Gracias por escribir 😘
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Gracias!
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¡Genial!
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Gracias!
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