Independientemente de cómo era tu vida antes de ser mamá, a partir de ese momento el ritmo se acelera. En todos los sentidos. El ritmo de la rutina, el de tu corazón, el de la economía. Es como ponerle cámara rápida a todo y a la vez querer atesorar cada segundo porque son muchos momentos únicos. ¿Complicado verdad?
Si tenemos antecedentes de ser complicadas, perfeccionistas o hacer muchas cosas a la vez la maternidad puede irse complicando un poquito más en nuestra mente. En la práctica va saliendo, es lo bueno.
Así que cuando trabajas, estudias, eres ama de casa y quieres estar presente en la crianza de tus hijos empiezan a aparecer señales de alerta en cuanto al estrés, el descanso y las pausas.
Esas pausas.
Tan necesarias y recomendadas por todos. ¿Cuántas veces has escuchado algo así?
Duerme, te hará bien.
Dense un tiempo, déjenlo con los abuelos.
Mételo a la guardería, le hace bien.
Las pausas son necesarias, enriquecedoras y parte importante de conseguir un balance entre la vida y metas personales y la vida familiar y de mamá. ¿Pero qué renuncias estamos dispuestas a hacer?
No hay fórmula y nadie puede decirnos qué es lo mejor para nosotras ni nuestros bebés. Más allá de cuidarlos lo mejor posible y asegurarnos de satisfacer sus necesidades de alimentación y salud, la parte emocional corresponde a nosotras en mancuerna con su papá. ¿Hasta dónde está bien? Es muy relativo.
Hay padres que son más felices con rutinas estructuradas, trabajos con horario de oficina y sus niños en guardería. Eso les funciona muy bien y están en paz.
Otros tienen trabajo en casa, trabajan sin horario y están con sus hijos todo el tiempo, luchando por equilibrar claro y eso es lo que les funciona y también les da paz.
Entonces ¿quién está mal?
Desde mi punto de vista no se trata de ver quién está mal sino de buscar lo que a cada quién nos sirve y al final del día nos permite descansar.
La razón y la emoción no son, necesariamente, las mejores amigas. Una siempre va a pesar más que la otra y hay que ir buscando cómo darles su lugar, en esa rutina que tenemos llena de velocidad.
¿Y por qué hablo de esto ahora?
Les comparto esto porque he tenido las últimas dos semanas en pausa total (físicamente hablando) y eso me ha dejado analizar mi rutina acelerada desde afuera. Esto es lo que he aprendido:
Cada vez que la vida nos obliga a hacerle caso es porque no estábamos escuchando, tal vez. Si bien a diario hago pausas nunca podía pausar por completo o soltar por completo como ahora.
Mi hijo disfruta plenamente estar con su papá, con sus abuelas, sus tíos y sus amigos. Siempre ha sido así, pero ahora me ha demostrado cómo está bien sin mi, yo sin y el y como aprendemos a disfrutarnos cuando estamos juntos.
No todos tienen que romperse un hueso para entenderlo pero hay a quienes nos sirve y nos deja tomar distancia, no solo de los hijos, sino de todos los proyectos personales que tenemos en mente.
He aprendido que mucha gente da consejos porque no sabe qué más hacer y muchas veces esos consejos nos confunden. Como ya he dicho en varias ocasiones, creo que lo mejor es escucharlos y sin más dejarlos ir. A menos que sean consejos que encontremos útiles, solo hay que tomarlos como buenos deseos aunque vayan totalmente en contra de lo que creemos.
Casi nadie nos dará un consejo para hacernos un daño ¿verdad? Entonces si nos aconsejan algo que no nos gusta, respondamos con la mejor actitud y sigamos adelante.
Me ha servido mucho agradecer a mi cuerpo todo lo que está haciendo bien, valorar toda la salud que si tengo y cada que me siento mal por lo que está mal enfocarme en que eso es algo pequeño y lo que gana es lo bueno (específicamente hablando de mi salud). Una fractura es algo irrelevante si lo comparamos con miles de enfermedades que la gente padece, así que cuando empiezo a sentirme mal por lo que me pasa lo pongo en perspectiva y pronto me encuentro agradeciendo tener tanta salud y tanto apoyo.
El apoyo es básico. Yo tengo la fortuna de tener un esposo, una familia y un grupo de amigos muy cercanos, que están al pendiente de mi y me atienden todo lo que pueden. Me hacen la vida fácil y me demuestran que puedo pausar, siempre que lo necesite.
Estar inmóvil me ha hecho aceptar todo lo que no puedo hacer y eso me ayuda a valorar lo que si puedo. Así que estoy segura que en seis semanas más, cuando mi movilidad regrese a su totalidad emprenderé un nuevo camino, una nueva rutina mucho más humilde y menos intensa. Seguirá veloz, porque la vida es imparable, pero seré mucho más sincera con mis capacidades y disfrutaré cada momento y actividad desde otra perspectiva, o al menos lo intentaré.
La crianza nos hace crecer a ambas partes, padres e hijos por igual nos formamos en este camino y en este momento yo me siento más fuerte aunque tenga una pierna débil.
La pausa que necesitaba me hace sentir más equilibrada, más realista y sobretodo me ha mostrado cómo es estar en el presente de verdad.
Las invito a ser bien sinceras con ustedes mismas, limiten sus actividades a lo que disfrutan y pueden hacer y vayan haciendo el ejercicio de soltar día a día algo que ya no pueden o quieren hacer, así la carga se hace ligera y todo se disfruta más.
Como siempre, muchas gracias por leer 🙂
*ilustraciones de pinterest