Oleada posparto

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El mar es de esas cosas inmensas e impredecibles que tanto me gustan por lo mismo. Las olas llegan y se van sin avisar y hasta el nadador más experto les tiene respeto porque no hay manera de controlarlas.

Igual pasa con la vida, te reta, te sacude. Justo así ha sido todo este tiempo como mamá, un maremoto, lleno de movimiento.

Ya les he contado en posts pasados sobre cómo las emociones después del parto suben y bajan como montaña rusa y cómo vamos cambiando las mamás, reconociéndonos, redescubriendo.

Pues de repente empezó a pasarme algo extraño.

Ya me habían dicho muchas veces que pasaría pero yo no pensaba que sería así, no a mi. Yo que he trabajado desde el otro lado acompañando gente en sus malos momentos. Yo que sé la importancia de no abandonarnos como seres separados de los hijos. Yo que sentía que iba todo marchando sobre ruedas y que después de un año de ser mamá el reto estaba siendo superado.

Pues no.

Justo después del primer cumpleaños del bebé chilaquil tuve unas semanas de mucha carga laboral, mis horarios, como mamá que trabajo en casa, son muy irregulares y como gran parte del trabajo lo hago en línea optaba por trabajar ya que el estaba dormido. Entonces empecé a dormir de 2 a 4 horas por noche, trabajar durante el día, jugar con el, corretear juntos, etc. La vida normal de las mamás, nada extraordinario. Pero mi estabilidad empezó a derrumbarse.

Andaba de malas, me desesperaba más pronto, no «tenía tiempo» de cocinar, comía mal, no podía hacer ejercicio. En fin que llegó una ola gigante a sacudirme y por más que me daba cuenta no sabía cómo salir de ahí.

Me tomó varios días encontrar un caminito y mucho apoyo de mi tribu para encontrarlo.

Tuve que aceptar que por más que hiciera cosas para mi no estaba siendo suficiente. Por más que trabajara desde casi el parto, por más que hablara a diario con mis amigas, con mi familia y tuviera la mejor comunicación con el papá chilaquil estaba batallando (y mucho) para reconectarme conmigo, con lo que quería, con lo que me da paz. Estaba en conflicto entre la que era, lo que quería antes, la que soy y lo que quiero ahora.

Y ha sido un recomenzar.

Navegar por las olas y el mar picado en lo que la marea se calma. Cosa que jamás es fácil, porque el mar picado es mar picado, nunca se siente tranquilo, nunca da igual. Pero saber que es algo que pasará da mucha más claridad mental y deja tomar mejores decisiones.

En mi caso he ido teniendo que estructurar aún más las cosas. La alimentación con menús fijos o casi fijos. Las salidas con amigas casi establecidas por fecha y día (porque si no, jamás se logran), los momentos de soledad ya destinados para algo previamente, los momentos de pareja igual.

Tal vez suena sencillo pero quienes llevan varias vueltas por esto del posparto saben que no es algo que dure poco, no tiene caducidad porque vamos cambiando junto con el bebé y porque los retos siempre son distintos.

La clave, en mi caso ha sido en saborear ese tiempo sola, releer lo que se que me sirve, reconectarme conmigo.

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Son cosas simples, pero si a lo largo de las semanas contamos con apoyo, con minutos de silencio, con actividades para nosotras solas, eso hace toda la diferencia.

Mis amigas veteranas en el tema de ser mamá bien me lo habían advertido y ahora que me pasó me recordaron que es normal. Son etapas. Y todo pasa.

Lo que puedo decir es que el proceso me recuerda lo que durante toda la vida me ha costado aprender, siempre debemos ponernos primero, para estar bien con los demás.

Y eso incluye a los hijos.

Busquemos el tiempo para comer, para bañarnos, para descansar. El tiempo para hacer ejercicio, para salir solas, para leer, para estudiar, para trabajar. Para todo aquello que cada quién necesite. De esa forma estaremos al cien con ellos y con todos los demás, sobre todo, de esa forma seguiremos felices con las decisiones que vamos tomando y tranquilas de que estamos dando lo mejor de nosotras, ni más ni menos.

Hay literatura que asegura que el posparto dura hasta dos años. Empiezo a pensar que es probable que sea así o bien que tanto ajuste no quepa en otro nombre y por eso lo metemos ahí.

Lo importante es no encerrarnos en la cueva de la queja y el lamento. No dejar que gane la desesperación ni creer que nadie más pasa por lo mismo. Es indispensable hablarlo y sobretodo hacer algo al respecto. Los cambios que necesitemos hacer para tener la paz necesaria para seguir navegando.

El mar siempre está en movimiento, hay que disfrutar las salpicadas.

¡Gracias por leer!

*ya saben, ilustraciones de pinterest

¿Qué comeremos hoy?

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La comida es el centro de la vida de muchos nosotros. Y la verdad es que me parece lógico, por algo la panza está en el centro ¿no?

Conozco algunas personas a quienes les da igual lo que comen, que nunca han tenido problemas con el tema, ni con su imagen y aunque puedo entender algo de ellas dada mi profesión, las catalogo como punto y aparte de todas las demás que básicamente vivimos pensando en comer.

En los últimos tiempos se ha vuelto tendencia el hablar de #cosadegordos al referirse a antojos y demás cosas que hacemos quienes amamos comer. No me molesta, y no veo la gordura en ese contexto como algo negativo ni despectivo, al contrario, ese ser gorditos mentales es lo que nos da rienda suelta para comer de todo con gusto y disfrutarlo.

La comida nutre el alma no nada más el cuerpo y si a alguien de los que están leyéndome hoy le da flojera el tema, me disculpo, pero siendo tan fan de comer a la hora de cocinar para el único hijo que tengo hasta ahora estaba segura que la alimentación sería EL tema. Y así lo es.

Ya les he contado en varios posts previos sobre su alimentación inicial con la lactancia mixta, después con las papillas y alergias y ahora les platico un poco lo que ha pasado en estos casi dos meses tras cumplir el año.

Empezando porque se acabó la fórmula y prácticamente se terminaron los biberones, se ha ido modificando la rutina bastante y los horarios han dejado de ser tan rígidos y cuadrados.

A pesar de que vivimos con tanta libertad, antes pedía de comer como relojito y ahora eso varía mucho dependiendo de qué tanta actividad tiene, qué tal durmió o qué comió en el horario pasado.

Pasó de comer unas quince cosas a comer todo. Bueno, casi todo. En nuestro caso le seguimos sacando la vuelta al chocolate, solamente por prevención y cuidado de la salud y paz mental de los papás. Esto por su inquietud y las propiedades estimulantes del delicioso chocolatín. Pero fuera de eso, si le damos, de todo.

Cuando digo todo me refiero a toda la comida sana que se puede encontrar en casa y en la calle, pero también a la poco sana, ahí si no de toda la que existe porque ya tendríamos un hijo con obesidad. Pero de que va probando lo que le van ofreciendo hasta ahorita, si.

Obviamente al probar las cosas con harina y con azúcar empieza a querer más y más, eso siempre pasará con los productos diseñados para que queramos más. Por eso hay que evitarlos todos, no nada más los niños.

Después de pasar los meses previos siendo cuidadosos en su alimentación y de repente abrir las puertas y dar rienda suelta a su apetito voraz, es medio extraño y empieza un sentimiento de ¿estará bien lo que comió hoy?

No soy solo yo y ya se que en cada post reitero las dudas y siempre acabo cuestionándome como mamá, pero de verdad a todas las madres que conozco les pasa. Al final del día, muchas veces nos preguntamos, ¿estará bien lo que le di de comer hoy? ¿equilibrado? ¿balanceado? ¿le faltará algo?

Tengo las recomendaciones de alimentación de la pediatra pegadas en el refrigerador y me descubro viajando a leerlas mínimo una vez por semana, a pesar de que ya se lo que dicen. Siento como si al verlas me va a caer la inspiración, o de repente voy a recordar que me faltaba darle algún grupo alimenticio que en mi acelere diario se me había olvidado, pero no.

El problema radica en que, cuando tratamos de irnos por las mejores opciones sin darles solamente comida saludable, es complicado encontrar un equilibrio. Es muy relativo. ¿Equilibrado para quién?

Para mis amigas que comen 100% comida congelada en mi casa se come muy sano, pero para mis amigas que tienen huerto en casa, no compran nada empaquetado y jamás van a un restaurante de comida rápida, en mi casa se come mal.

Así es esto. En todo aplica. Si nos ponemos a compararnos con el vecino, la amiga o incluso con nuestra historia, siempre vamos a salir perdiendo. Así que lo que intentamos hacer es encontrar lo que nos acomoda.

Dejar de dar fórmula láctea o pecho o leche de vaca a nuestros hijos es una decisión. Y como se encuentran artículos científicos a favor se encuentran en contra, todos bien fundamentados. Igual pasa con artículos sobre proteína animal, sobre transgénicos, sobre todo. Así que uno va decidiendo lo que mejor le acomode, porque si. Por fe, por moda, por experiencia propia, por los resultados que vemos, porque confiamos en un médico, porque vemos que a la mejor amiga le funcionó y decidimos intentar.

El motivo no es lo importante, lo importante es que las decisiones que tomemos sean las que nos hacen sentir bien y que veamos que a nuestra familia le funciona. Si los hijos crecen, se ven felices, ganan peso según lo esperado y tienen una salud medianamente buena, seguramente lo estamos haciendo bien.

Ahora, ya habiendo tomando tanta decisión tan importante y trascendental, sabiendo qué corriente alimenticia seguimos o no seguimos y qué tipo de comida y productos consumiremos, empieza el ir y venir en las decisiones de qué comer.

Se puede hacer menú semanal. Aquí nos funciona muy bien porque se planea desde la lista del súper y no se tira nada y además tienes variedad de sabores, grupos de alimentos equilibrados y mucha más paz porque cocinas por adelantado varias cosas.

Pero eso es ideal.

No siempre se tiene el tiempo de menú, súper, cocinada por adelantado y muchas veces solo vamos al súper y compramos mucha fruta y verdura y vemos qué se nos ocurre con eso. También se vale, solo que se «pierde» más tiempo y se «gana» más intranquilidad.

Sea de una u otra forma, aquí gana lo práctico. Los desayunos son sencillos fruta o smoothie (que es fruta obviamente, pero traen más cositas). Claro que uno o dos días a la semana se desayunan hot cakes (de avena generalmente) o un omelette, o unos tacos, pero por lo general son fruta o smoothies.

Las comidas, aún más sencillo. Desde que el bebé chilaquil se va convirtiendo en niñocometodo arrasaplatos y arrebatapanes, es casi diario que hacemos sopa de verduras y con sopa me refiero a algo más bien como crema, sin lácteos pero es todo licuado y medio espeso. Osea, le hago papilla pero más líquida, poquito más condimentada y eso comemos-tomamos toda la familia.

Entonces al medio día hay sopa de «entrada» y después buscamos variarle, ensalada (esa si aún no se usa más que para jugar en su caso), arroz, leguminosas, tortitas de quinoa, salmón, cualquier tipo de hamburguesita vegetariana, papas guisadas, en fin que hay muchas opciones pero tratamos de incluir varios grupos alimenticios para equilibrar la situación. Pero siempre siempre hay verduras y más fruta. Porque aquí amamos la fruta.

Los snacks varían y dependen, sinceramente, de la cantidad de trabajo que tenga la mamá chilaquil en el día. Si hay tiempo, pueden ser fruta y cereales, si no hay tiempo galletas (que son integrales o a veces hechas por mi pero siguen siendo galletas) y/o cereal (que es orgánico y mucho más «saludable» pero sigue siendo cereal de caja).

La cena puede ser huevo, fruta de nuevo o bien avenita calientita que estamos intentando últimamente para invitarlo a dormir con la barriga llena, que ya hablaremos en posts futuros respecto al ir y venir del sueño chilaquilero.

Como verán, así que ustedes digan que estructurada la cosa, pues no. Pero si hay un must en cuanto a alimentación en la vida del hijo, de los papás y en general que yo recomiendo a todo quien me deje.

Hay que comer comida, no productos.

La comida está en los árboles, en las plantas. Llega directita de la naturaleza y no hay que procesarla ni empaquetarla para su venta y consumo.

Que vivimos en este mundo industrializado y que todo nos facilita, si. Que no nos vamos a quedar fuera del mundo y comer SOLO eso, es decisión de cada quien. Mi recomendación es que a lo largo del día hagamos lo posible por consumir en su mayoría comida y uno que otro producto.

Son deliciosos, para eso fueron diseñados. Por eso no estoy recomendando que los dejen por completo si no quieren, solo invertir la balanza porque la alimentación hoy en día va industrializándose cada vez más y hay niños que no han visto jamás las frutas y verduras en su estado original.

Como extra les platico que en nuestro caso nos ayuda el tener loncheras adecuadas, platos, dejar al bebé chilaquil experimentar (aunque el padre lo regañe), tener siempre dónde empacar snacks saludables como ya les he compartido en fotos. En fin que la preparación es clave y la verdad que nos toma un par de minutos que luego perderíamos de todas formas comprándoles algo en la calle.

Busquen disfrutar todo el proceso, siempre que se pueda. Si tienen una semana difícil no se agobien tanto y váyanse a lo práctico, pero no hagan de los productos un estilo de vida, mejor compartan esos momentos, saboreen, conozcan cada una de las cosas que comen por separado.

La calidad del alimento que comemos nosotros y que le damos a nuestros hijos es muy importante, pero lo más importante es la calidad de tiempo y emoción que ponemos en ese diario comer. Solo tenemos una vida así que a disfrutarla con quienes amamos y a saborear cada bocado.

¿Ustedes, qué comieron hoy?

Como siempre, gracias por leer.

*Ilustración de pinterest

A prisa

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Pareciera que siempre ha sido así, pero cuenta la leyenda, que antes no teníamos prisa.

Ya les he platicado que soy de esas mujeres (y mamás) todólogas, que hacemos varios trabajos remunerados y no remunerados a la vez. Cuando me preguntan a qué me dedico prefiero generalizar o dar solo una de las respuestas. Y eso me pasa desde mucho antes de ser mamá.

Entonces la prisa es algo que conozco bien. El trabajo bajo presión se me da y aunque parezca bueno, no siempre es lo mejor porque a veces acabamos haciendo todo menos lo que queremos.

¿Por qué tocar el tema de la prisa hoy? Porque justamente de eso he estado leyendo un poco y reflexionando un mucho.

Siempre tenemos prisa. Y lo pluralizo porque siento que no soy solo yo, todos los que me rodean tienen prisa.

Yo soy relajada y facilmente puedo cambiar de planes o «no hacer nada». Pero siempre es entre comillas. Si un paciente cancela su sesión aprovecho para enviar correos, hacer de cenar, bañar al bebé chilaquil, hablar con alguien por teléfono, o todas las anteriores.

Pero eso no me parecería digno de analizarse si me resulta funcional. Lo que me ha tenido pensando es que la prisa se las pasamos a nuestros hijos. Ya ven que ellos aprenden lo que ven y que luego (en algún momento) quieren ser como nosotros somos.

En el embarazo muchas mamás esperan con ansias saber qué será su bebé y después ya no aguantan más por ver su rostro. Esto es normal (creo), pero a mi no me pasó. Creo que a mi me ganaba la comodidad de la barriga y me gustaba saber que me quedaba poquito tiempo de decidir mi día, soy egoísta, o lo suficientemente egoísta, porque siento que en el embarazo me dediqué a aprovechar esa «soledad».

La cosa es que desde ahí, empieza la prisa.

Nace el bebé y esperamos que gane peso, rápido. Después que sostenga la cabeza, que empiece a balbucear, luego sentarse, gatear, caminar, comer, comer solo y así un sin fin de actividades que para cuando tienen uno o dos años han cumplido con tanto requisito que ya se enrolaron en nuestra dinámica de prisa.

No me malinterpreten, no es que quiera dejarlos sin estímulo, sin ningún tipo de enseñanza o modelaje. No le veo nada de malo a orientarlos, pero si me llama la atención la prisa que tenemos.

Claro que entiendo que el que vayan cumpliendo con lo que les pedimos nos da paz. Si levanta la cabeza, si gatea, si camina. Estamos tranquilos, está sano.

Pero en el camino a veces se nos olvida disfrutarlos.

A veces se nos olvida que son tan pocos los días que son recién nacidos, tan pocos los meses que quieren estar en tus brazos todo el tiempo, tan poco el tiempo que van a vivir en tu casa, que te van a contar todo, que te van a ver como lo máximo en su vida, su modelo a seguir.

Es importante entonces acordarnos de eso, al menos una vez por día. En mi caso lo aplico en el peor momento, pero a cada quién le funcionará diferente.

No es que todos los días sean caóticos, pero prácticamente a diario hay momentos de descontrol. Si trabajas fuera de casa porque al llegar lo que quieres es disfrutarlos, pero acabas teniendo que cumplir con la rutina y se te va el disfrute muy rápido.

Prisa

Y para quienes estamos todo el día en casa intentamos establecer rutinas, horarios, objetivos. Porque si no el día se nos sale de las manos y acabamos en pijama a las 8 de la noche (pero la del día anterior). Ese intento, acaba igual.

Prisa

Y la otra cosa que a todas nos pasa es que nada nunca sale como lo planeamos. Es complicado de aceptar, pero entre más pronto lo hacemos más fácil entender que nuestros tiempos, nuestros deseos  y nuestras prisas no tienen nada que ver con sus necesidades. Esas son más simples.

Conforme pongamos objetivos y temporalidades realistas podremos cumplir con las metas del día, los meses, los años, de manera más sencilla.

Recordar que así como es bien importante darnos un tiempo para nosotras y pensar en nuestras necesidades, es importantísimo recordar que ellos están creciendo muy rápido y aprendiéndolo todo de nosotros.

Por lo general a los 13 o 14 años ya no hay manera de convencerlos de que tenemos la razón o de que somos más divertidos que cualquier otra persona. Así que si lo pensamos, tenemos poco tiempo para disfrutar y mucho más para continuar con nuestras prisas.

Si podemos intentar hacer pausas, aunque sea una, a diario. Les estaremos enseñando a respirar, lento, profundo. A tomarse tiempo libre, a sonreír por nada. A entender que se vale desordenar, bailar sin motivo, cantar desafinado y comer pan.

Es uno de los mejores regalos que podemos darles, tiempo, y lo mejor es dárselos completo, aunque sean unos minutos al día, sirve desconectarnos de la mente adulta y disfrutar.

Descalzos, despeinados, completamente dedicados a ellos.

Como les decía, a mi me funciona en los malos momentos. Cuando empiezo a agobiarme porque no he podido bañarme, o lavar platos, o responder un correo, o cualquiera de las miles de cosas que tengo en mi lista de pendientes urgentes. Me pongo un poco de mal humor y en cuanto me doy cuenta hago pausa. Me alejo tantito, respiro y recuerdo.

Es un momento.

Nada más necesito un momento para reconectarme con esta idea que tengo muy clara en mi mente. El tiempo pasa rápido y el nunca va a volver a ser bebé.

Y listo. Se me pasa y ese momento del día, generalmente es mi favorito.

Le hago cosquillas o le bailo o canto alguna canción inventada en el momento. No importa lo que haga cada uno de ustedes, disfruten, eso es lo importante.

Y dejen la prisa guardada, que siempre encuentra la forma de volver.

Gracias por leer.

Ilustración de pinterest

Navegando

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No sé si les ha pasado, pero a mi la duda me llega casi siempre en momentos de tranquilidad.

Si acabo de acostar el bebé chilaquil y tengo un momento para mi, es cuando empiezo a dudar. Las mamás dudamos de muchas cosas pero todo se reduce a ¿lo estoy haciendo bien? Y de ahí aparecen sus derivados.

Somos egoístas muchas veces, porque en esos momentos no nos ataca la duda en plural. Al menos en mi caso siento que las cosas se equilibran con el papá chilaquil y eso me tiene tranquila, pero las dudas se van sofisticando, son como los virus, mutan.

Cuando uno ya hizo trabajo mental, reafirmó que el chamaco está feliz, que no le duele nada, que ya aprendió a meter las manos para amortiguar los golpes, que camina, en fin que va todo bien, es cuando tiene que buscar otra salida la duda, para instalarse en nuestra mente.

Hoy les platico sobre la duda que traigo rondando por mis laberintos últimamente. ¿Para qué mundo lo estoy educando?

Suena fumado, ya sé, pero es genuina mi pregunta y aplica para la vida real. Para quienes no sepan tanto de mi, vengo de una historia bonita donde mis papás me criaron con amor y libertad. Entonces yo crecí segura de mi misma, contenta con la vida y todo iba bien hasta que de repente me di con pared, dícese de que descubrí que el mundo no era tan amoroso y libre en la práctica como yo pensaba.

Y no, no es que me criaran ingenua, es un poco más complejo.

La cosa es que ahora que soy madre me doy cuenta de que lo que estoy haciendo es parecido y uno quiere enmendar los errores. ¿Pero cómo? y ¿cuáles errores? no los encuentro.

Todos los padres por elección, hacemos lo mejor que podemos. Aclaro lo de elección porque si uno llegó a formar una familia sin ganas pues la cosa cambia. Y con elección no me refiero a hijos planeados sino deseados y amados desde que uno dijo, ok va.

Entonces si estamos haciendo lo mejor que podemos ¿cómo es que puede salir muy mal el resultado? Hay mil formas.

Podemos amarlos tanto que no les demos chanza de amarse ellos.

Se oye muy extremo pero es real, me pasa en el consultorio que llegan adultos en conflicto con sus padres por un tema parecido y no pasa pocas veces. Y les aseguro que esa mamá no dijo, déjame lo quiero tanto que no lo dejo hacer nada con su vida.

Y esta parte es un tanto posible de prevenir porque desde el inicio tenemos momentos en que decidimos dejarlos, aunque sea tantito. Podemos estar todo el día con ellos, pero los dejamos llorar, un segundo, un minuto, lo que necesitemos (si estamos en el baño, o cocinando, etc.). Podemos llevarlos a la guardería por elección (para hacer ejercicio, para desayunar con las amigas, para dormir, etc.). Podemos decirle al papá que tiene determinado horario y nosotras hacer lo que queramos. Podemos apoyarnos en las abuelas. En fin que hay muchas formas de no «asfixiarlos» con un amor aplastante que no los deje crecer.

Y que conste que no tengo nada en contra de quien no los deja llorar ni los deja en guardería ni los encarga con nadie. Solo digo, hay formas en que uno les va diciendo, mira este eres tú y está soy yo.

Volviendo a mi duda de verdad no sé para qué mundo lo estoy educando. El mundo en que vivimos, como bien saben, está jodido, en muchos sentidos.

La economía, la inseguridad, la injusticia, la impunidad, la corrupción. Faltan mejoras en educación (dentro y fuera de casa), falta educación para la paz, falta mejorar la forma en que nos relacionamos, falta tener mayor consciencia social, mayor interés por nuestro medio ambiente. Total que si somos fatalistas, el mundo apesta.

Pero.

Somos románticos, muchos de nosotros, y podemos ver que hay mayor acceso a la información, adelantos tecnológicos que nos ayudan a estar en contacto todo el tiempo, ya se han probado muchas teorías entonces no andamos experimentando sobre cero, la naturaleza sigue sorprendiéndonos y adaptándose, hay muchas mamás involucradas en ecología, hay huertos urbanos, mucha gente que anda en bicicleta, mucha gente consumiendo producción local, total, también hay mucho bueno.

Es así que entonces están los dos mundos polarizados y uno no sabe para donde irse a la hora de presentarle la vida al hijo. ¿Le platico de todo? ¿Nomás lo bueno? ¿Nomás lo malo?

Porque usted me disculpa, el «le platico» no tiene que ser verbal. Si mi hijo me ve angustiada por la cantidad de tóxicos en el agua, en el shampoo, en la comida, en el limpiador de pisos, en el aire, etc. aunque el no tenga claro qué es lo que me angustia justo eso es lo que lo va a «enfermar». No los tóxicos, sino mi toxicidad al respecto.

Igual pasa en todos los sentidos, les vamos pasando cosas. Y como les platicaba el inicio de este post, con lo bueno luego también uno entra en conflicto.

Yo lo puedo criar súper relajado, confiado, feliz. Pero en algún momento tiene que ir entendiendo que el mundo no es igual de facilito. Que en casa está bien equivocarse pero que las consecuencias afuera no son iguales de relax. Que aquí se puede ver la tele a veces al comer, a veces no. Pero que hay lugares donde está prohibido y que si queremos estar en esos lugares pues hay que cumplir con su prohibición.

Nos parezcan o no, las reglas existen. Vayan o no de acuerdo con nuestra filosofía de vida.

Mi duda entonces me va recordando lo que ya sé, que el equilibrio es bien difícil de alcanzar. Que la justicia así total, es utópica, pero el respeto es básico. Que no se necesita ser autoritario para que exista disciplina y orden. Que los niños crecen rápido y que hay que dejarlos jugar.

Si, jugar.

Creo que es de los mejores regalos que me dieron de pequeña. Además de los muchos juguetes que tuve, porque el abuelo chilaquil era fan de regalarnos lo que nos gustaba. Pero me regalaban tiempo, cuentos y juegos, muchos juegos.

Mi hermano y yo jugábamos a la tiendita, el súper, el teatro, hacíamos títeres, corríamos, jugábamos a las escondidas, a los cazafantasmas, hacíamos retas de rap afuera de la casa con los vecinos, conciertos imaginarios, túneles, dibujos, etc. Nos dejaban «hacer desorden», aunque luego hubiera que limpiarlo o ayudar a limpiarlo. Creo que eso ya es decisión de cada papá, pero si es bien importante ese tipo de libertad.

Más que prohibirles la tele, que tengan más opciones. Igual que con las tablets, igual con la comida chatarra. No es quitar, es poner. No es prohibir (siempre) es permitir, ahí si siempre, cosas que enriquezcan su yo interior, que formen esa persona que están destinados a ser y que aunque nos cueste aceptarlo, no depende al 100% de nosotros.

Venimos a este mundo con mucha información ya impresa en los genes y con una forma de ser única. Que se puede moldear, si, se puede coartar, también. Pero que podemos darle muchas herramientas para que crezca y encuentre su camino.

Así que mi duda me ha ayudado a estar más relajada, a disfrutar estos momentos de cambio, de correr tras del bebé chilaquil, de bailar con él, de jugar.

Juguemos juntos, no importa si son cinco minutos, una hora o todo el día. Lo importante es recordar que se vale ajustar la dirección que toma nuestro barco a medio camino.

Como siempre, gracias por leer.

La ilustración, de pinterest.

A campo traviesa

Antes de ser papás la decoración nunca fue lo más importante para nosotros. Todo muy simple y neutro, sin mucho color. Como que a mi me gusta un poco más pero para el papá chilaquil da igual, entonces el punto medio era siempre simple. Cuando llegó la hora de «decorar» el cuarto del bebé pasó igual, todo grisáceo, todo lineal, sencillo. Cabe destacar que hacer un cuarto de bebé sin dibujos fue todo un reto. Y lo logramos.

A pesar de eso, las cosas fueron cambiando poco a poco, a un año de que nació, lo neutro se convirtió en esto:

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Fiesta de color

Cuando se cree que se sabe algo de crianza la idea de la sobre-estimulación no es grata. Tratamos de evitar tanto color. Queremos que el espacio donde el bebé descanse sea calmado, lo invite a estar tranquilo.

No contamos con que el bebé viene sin ganas de descansar. Con muchas (muchas) energías y con gusto por los colores también.

Además de que la mercadotecnia pega y no se puede ir esquivando por siempre lo colorido. Estaría la opción de poner el piso todo negro, pero el no tiene ninguna culpa de la mamá con pasado punkie y presente de punk de clóset.

Así que llegamos al año con la fiesta de colores y con un hijo que puede estarse moviendo todo el día (salvo una o dos siestas de 30 min a 1 hora).

El desarrollo motriz del bebé chilaquil empezó de forma regular, luego se fue medio alentando, y digo medio porque cada bebé tiene su tiempo, pero en todos lados se suponía que debía girarse a cierto tiempo y el seguía muy agusto sin hacerlo.

Fuimos a un par de sesiones de «estimulación», no tanto por estimularlo, sino que la mamá anda siempre buscando pretextos para salir y con eso de que los primeros meses yo cargaba con un circo, pues las cosas del bebé me daban menos pena de llegar con maleta.

La encargada de la estimulación fue explicándonos que todo iba en orden y que poco a poco iría el haciendo lo que le tocaba hacer, cuando estuviera listo.

Cosa que ya sabíamos pero hasta que no pagas porque te lo digan funciona ¿no?

Total que hasta por ahí de los 7 meses le dieron ganas de sentarse solo solito. Desde antes ya se sostenía sentado, pero si nosotros lo sentábamos. Y ya al rededor de los siete dijo, aquí les voy.

Desde que se sostuvo sucumbí a los encantos del dichoso corral, no le llega al bendito trapo en lo maravilloso, pero le pisa los talones en la carrera.

Créanme que me costó mucho aceptar en mis adentros que sería fan del corral.

¿Tener a mi hijo ahí en un cuadrito encarcelado? ¿Yo?

Pues si

Me bañaba segura de que no se descalabraba, comía con dos manos. Bueno, una chulada. Está nuestra historia antes y después del corral (que por cierto seguimos usando pero cada vez por menos minutos).

Así fue la cosa hasta que decidió su cuerpo que estaba listo para gatear, empezó en la cama, muy cerca de los 8 meses (de los giros la verdad no recuerdo la edad).

Empezó a gatear y no ha parado. Es ahora un experto gateador, fan del gateo y defensor de sus beneficios a toda costa, con sus rodillas negras que no lo dejan mentir, tállele con lo que le talle, nadie le quitará su trofeo.

La gateada nos ha ido dando cada vez más sustos y a el más felicidad y más independencia.

Primero gateaba lento, si lo ponía en un tapete gateaba de ida y vuelta por ahí y listo. Poco a poco fue explorando más afuera, más afuera y más afuera hasta que llegó el día en que entendí que mi nueva actividad base era perseguirlo.

Siento como si los primeros 6 meses di pecho todo el día y los segundos 6 lo perseguí. Claro, no exactos porque di pecho más de 6 y no gateó a los 6, pero así lo siento.

Pudiera escribir muchísimo sobre el gateo, es buenísimo y la mayoría de los bebés gatean si se les permite. También es importante mencionarles que personalmente no somos partidarios de los andadores, ni jumperoos, ni nada que los mantenga en posiciones que no son las naturales. La intención es dejarlos desarrollarse libremente (siempre bajo supervisión y siempre respaldándonos con opiniones que nos dan tranquilidad, en este caso, su pediatra).

Como siempre, respetamos todas las opiniones bien fundamentadas y que no pongan en peligro a sus bebés. Cada quién va haciendo lo que mejor puede y lo hace con mucho amor.

Volviendo al tema, a partir de la gateada nos despedimos de los zapatos.

De por si, el bebé chilaquil usaba zapatos mientras iba en el carro, porque para cuando llegábamos a nuestro destino siempre llegaba con uno solo.

Pues a partir de la gateada, menos los quiso, y ya investigándole pues resulta que andar descalzos es bueno, les ayuda en mucho, a conocer el mundo a través de los pies y también a formar su arco, fortalecer ligamentos, total, pues muy práctico.

Descalzo entonces.

Un poco de críticas al respecto hemos recibido, claro está. Variadas y todas bien intencionadas.

Además de este cambio, está la necesidad de adaptar nuestra casa al bebé.

La verdad esto también da para un post completo, pero en nuestro caso ha sido el tema en el que hemos sido más «irresponsables». No hemos hecho mucha adaptación.

La adaptación ha sido ir tras el todo el tiempo y poner atención siempre a lo que está haciendo. Tenemos un par de protectores de contactos eléctricos y ya.

No tenemos cubre esquinas (que considero muy útiles pero siempre se me olvida comprar), ni rejas que delimitan espacios, ninguna otra cosa que no sean tapetes y esos la verdad lo protegen sobretodo del polvo y los pelos de sus hermanos canino y felino. Porque o una anda detrás del hijo o se pone a limpiar a diario, entonces, se hace lo que se puede.

A pesar de no haber realizado muchas modificaciones creo estar lo suficientemente informada al respecto y por eso trato de no perderlo de vista jamás y si tengo que hacer algo que no me permite ir tras el, vamos a nuestro amigo el corral (que por obvias razones cada vez es menos su amigo).

Tampoco estoy en contra de comprar tanto aditamento y adaptar la casa a ellos. Me parece perfecto sobre todo si les adaptan cosas a su altura y juguetes divertidos. Pero, si me parece buena idea que los niños se vayan adaptando a áreas comunes donde habrá adultos la mayor parte del tiempo y poco a poco vayan familiarizándose con el tema del respeto y las reglas.

Ojo, digo poco a poco, no me refiero a regaños y castigos. Solamente ir explicándoles cómo funcionan los espacios comunes y ya se irá ajustando la realidad de ambas partes.

Pues bien, a partir de los once meses, el bebé chilaquil caminó.

Me cuesta mucho aceptarlo. Tan es así que hasta hace una semana yo seguía diciendo que todavía no lo hacía. Pero ya recibí cátedra aclaratoria y se considera que camina cuando ya da varios pasos solo, suelto, aunque los de medio chuecos.

Entonces fue a los once meses que inició las carreritas. Medio atarantadas, medio de prisa. Pero desde entonces las persecuciones se han vuelto más intensas. Y los golpes, claro está.

Hasta hace poquito seguía prefiriendo gatear por sobre todas las cosas, los últimos 7 días más o menos, ya no está tan seguro. Camina más tiempo, un poco menos tambaleante. Lo disfruta más.

Tenemos un problema con la velocidad que aún no aprende a moderar.

Y digo tenemos porque si corre el, corro yo. Y ni cómo explicarle de otra forma así que se lo digo confiando en que me escuche.

Corremos entonces, muchas veces al día. Cada vez cae mejor, eso sí. Y sigue descalzo.

El último mes hemos tenido más comentarios de que ya camina, entonces ya debe usar zapatos. De nuevo, lo que leo dice lo contrario. Pero sobretodo, él dice lo contrario.

Los zapatos le pesan y le dificultan el movimiento todavía. Así que si acaso los usa es de nuevo, para salir y en cuanto quiere piso, fuera zapatos y calcetines porque con éstos se resbala.

Quise compartirles nuestras experiencias, tratando de sintetizar, porque como siempre me gusta mostrarles la diversidad.

Ningún niño es igual a otro.

Lo sabemos, pero hay momentos en que se nos olvida. Cuando nos preguntan ¿ya se gira? ¿ya se sienta? ¿ya gatea? ¿ya se para? ¿ya camina?

Imagino que seguirá ¿ya brinca? ¿ya corre? y etcétera.

Todos harán cosas distintas en momentos distintos. Y claro que hay niños que no harán algunas cosas.

Lo mismo pasa con el desarrollo del lenguaje e irá pasando con todas las fases del desarrollo, por lo que nos sirve leer otras experiencias, más que para identificarnos, para estar más tranquilas.

Confiar.

Es la tarea más importante y la más difícil que viene en el paquete de la crianza.

A intentar hacerla lo mejor posible, a diario. Y mientras intentamos, hay que correr lo más rápido que podamos porque si no, a veces llegan primero ellos que nosotros, aunque sea al piso.

¡Gracias, como siempre, por leer!

*la foto es mia 🙂

Un año

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La semana pasada el bebé chilaquil dejó de cumplir meses, ya tiene un año. Nosotros un año de papás.

Viendo hacia atrás han pasado muchas cosas y es una sensación difícil de describir porque se pasa muy rápido, pero hay momentos que se hacían largos.

Recordar, por ejemplo, las horas del primer mes, donde dormíamos 20 minutos y cada toma de leche duraba de 45 min a una hora me hacen pensar que en ese momento, nada se me pasaba rápido.

Recordar cuando no sostenía su cabecita, no se giraba, no se sentaba, etc. Son momentos que duran poco, pero que cuando los estás viviendo parecen largos, porque te recuerdan que aunque ya no los tienes en el vientre los sigues teniendo pegaditos a ti, dependen por completo.

No sé si a todas, pero a la mayoría sé que eso nos da un poco de temor.

Llegues como llegues a la maternidad el saberte completamente responsable de un ser, intimida.

Esos momentos que se hacen largos, pasan. Empiezan los días más movidos, las gateadas, las caídas, los primeros pasos, palabras, etc. La leche va perdiendo protagonismo, empiezan a comer de todo, a comer solos, a tener preferencias.

Frente a nuestros ojos se va gestando una personalidad única. Que claro que es un gran reflejo de nosotros, pero tiene mucho de ellos y no lo determinamos a nuestro gusto.

Después de 9 meses de gestación y un año de maternidad voy teniendo claro que jamás estaré segura de nada y que esa sensación es la que me hace a diario buscar información, alternativas y sobretodo, buscar por dónde ir.

Un año de mamá me ha enseñado

  • Que se necesita mucho apoyo
  • Que es indispensable confiar en el pediatra
  • Que es bueno escuchar a los abuelos
  • Que todos nos equivocamos
  • Que el cansancio es peligroso
  • Que hay que dejarlos experimentar
  • Que se trata de ensayo-error
  • Que se puede alimentarlos naturalmente
  • Que se vale ser distintos
  • Que hay que simplificarse
  • Que no se puede dar gusto a todos
  • Que hay que confiar

Sin confianza, criamos hijos desconfiados y queremos todo lo contrario.

Deseamos que nuestros hijos sean felices, seguros. Independientemente de las dificultades que enfrenten que se sepan capaces y queridos.

Claro que durante el año enfrentamos muchas dificultades, pero la mayoría de los retos eran por ser cosas nuevas.

A diario seguimos despertando con nuevos retos, dando pasos distintos, conociendo alternativas y ajustándolas a nuestra realidad, por eso es que el camino apenas empieza y ahora los pasos los damos con más firmeza.

Gracias a todos que durante este año nos apoyaron a papá chilaquil y a mi mientras íbamos debutando como papás, gracias a tod@s quienes me leen, que sin conocerme me dejan sus comentarios, dudas y opiniones respecto a lo que desde acá les comparto, aunque no lo crean se siente muy bien el saber que hay quienes se identifican con nuestras elecciones.

Y a partir de ahora les adelanto más publicaciones que les den una idea de cómo va siendo nuestra rutina ahora. A qué retos nos vamos enfrentando y cómo intentamos sortearlos.

Por lo pronto y antes de que se termine el mes, le deseamos de nuevo ¡¡feliz cumpleaños!! al bebé chilaquil.

Gracias por leer.

Ilustración de Ingela, en pinterest.

Paso a pasito

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Llega un momento en el que vuelve la “normalidad” después del caos. Eso no quiere decir que las cosas sean como antes. Sino que ya conoces cómo se siente el ahora. Ya es tuyo. Vuelves a ser tú, aunque no seas la misma.

Cerca de los 11 meses del bebé chilaquil me reconocí de nuevo en el espejo. Como si fuera llegando de unas largas vacaciones.

Parece broma pero así es, de repente te encuentras en ese reflejo. Ya no ves panza aguada, ya no ves ojeras, ya no ves cansancio. Te ves a ti. No siempre pasa, pero en mi caso me puse contenta. Me saludé, me sonreí y hasta me puse de ladito, para reconocerme completa.

Si, estaba de vuelta.

Eso que me pasó a mi ese día no es algo raro, nos pasa a todas, cada una a su manera. Así como los bebés pasan de repente de ser una extensión de nosotras a ser ellos mismos. Se reconocen en el espejo por primera vez, se escuchan, se observan las manos, los pies.

Es así que mientras ellos empiezan a formarse nosotras nos vamos re-formando. Ya no como madres (proceso del que ya he hablado varias veces aquí en el blog) sino como personas.

Los días entonces van cambiando.

Y que conste que no digo que los meses anteriores estaba yo perdida y sufriendo al verme al espejo. Pero si pasa algo que te hace sentirte ajena. Algo real. Porque no somos las que éramos y el ajuste se tarda. Pero también se disfruta.

Claro que las cosas fueron agarrando un rumbo distinto conforme el bebé chilaquil empezó a ser más independiente.

Sentarse, girarse, gatear, dar pasos. Todo ha tenido sus momentos, caídas, mucho aprendizaje. Reviví el tubito de árnica que tenía guardado y ahora es nuestro mejor amigo.

Sigo escuchando que “es normal y a todas nos pasa” y como bien me dijo su pediatra “va a aprender de cada trancazo que se de en la vida”. Pero mi corazón no está preparado para entender esa información y cada que se cae, se avienta, se tropieza o se pega de cualquier forma yo siento feo.

Lo bueno es que vamos mejorando en los tiempos de reacción (porque el papá chilaquil no se escapa de que se le caiga a él también). Y vamos mejorando también en minimizar la magnitud de cada susto.

Total que así hemos andado, persiguiéndolo, literalmente corriendo tras él porque viene con turbo integrado, disfrutando de su gatear, sin prisa de que camine.

Y aunque ya da pasos, a veces pocos, a veces muchos. Yo estaba muy tranquila disfrutando cuando caí en cuenta de mi negación.

Fuimos la abuela chilaquil y yo a comprarle ropa al bebé chilaquil y yo estaba convencida de comprar cierta talla hasta que entendí que ya no le quedaba.

Cuando dejas de contar meses. Dejas de ir cada mes al pediatra. Intentas que tome en puro vasito (en mi caso es intento, en el de muchos es realidad). Cuando te preguntas qué pastel puede comer en su cumpleaños.

Dejas de ser mamá de un bebé y como que no quieres darte cuenta pero así es. Muy rápido.

Fue entonces que acepté que ya casi camina, que ya va siendo niño, que tiene sus gustos muy definidos y que aunque aún no pueda hablarme con palabras cada vez se comunica más claramente.

Estoy viviendo todo eso que ya sabía, que he leído y que puedo nombrar técnicamente pero que no estaba pensando en enfrentar.

Así como llegó como un huracán, así se va ese momento de que todo gire en torno a él.

Ahora duerme mucho en la noche, el papá chilaquil y yo tenemos tiempo de cenar juntos o de platicar. Podría decir que duermo más pero eso nunca sucede porque quiero hacerlo todo antes.

Ahora me encuentro preguntándome a mi misma sobre nuevos proyectos profesionales, personales, hobbies, clases.

¡Ya hasta fuimos al cine todos juntos!

Y aunque me declare en duelo por ya no tener ropa miniatura (sigue siendo chica), también me declaro contenta y orgullosa de verlo feliz, a diario.

De que disfrute sus clases de natación, de que se entretenga tanto con sus libros, sus pelotas, sus caricaturas. De sus bailes y aplausos.

Es así que vivo un duelo pequeñito, no porque me dé poquita nostalgia, sino que me da más gusto que nostalgia que las cosas vayan avanzando. Y porque me siento bien de todo lo que estamos haciendo y de cómo lo hemos disfrutado cada día.

Siéntanse igual ustedes, sea la edad que sea la de sus hijos, sean las que sean sus circunstancias, su estilo de crianza. Quiéranse y reconózcanse en ese espejo que aunque a veces nos diga cosas duras de escuchar, nos quiere ver sonreír.

¡Gracias por leer!

*ilustración de pinterest

Nadie me lo platicó

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Antes de ser mamá pensaba, primero, que nunca lo sería y segundo, que mis amigas y/o conocidas mamás enloquecían en el momento que parían. Se dedicaban a hablar de su maternidad, compartir fotos de sus hijos (desde antes de que nacieran) y se iban poco a poco perdiendo a si mismas.

Estaba equivocada, porque si soy mamá. Lo de la locura, pues más bien se necesita locura para casi todo en la vida. Pero heme aquí compartiendo y hablando de mi experiencia y aunque no soy de compartir fotos, da igual, sigo siendo una mamá hablando de su hijo todo el tiempo y para muchos seguramente ya me perdí a mi misma.

La verdad es que desde fuera suena muy aburrido y a veces desde dentro se va volviendo medio tenebroso.

Después de sobrevivir al posparto, llorar por los rincones a la vez que sentimos felicidad, empezamos (en la mayoría de los casos) a platicar un poco más al respecto. Y yo creo que la queja más común que escucho es ¿por qué nadie me dijo que iba a ser así?

Aunque ya habemos muchas que lo decimos, de muchas formas. Los blogs de maternidad los leemos las mamás, no las solteras o las que planean embarazarse. Entonces nuestro reclamo está mal direccionado.

Lo que creo es que, aunque nos digan, no se entiende muy bien hasta que lo vivimos. Pero también creo que es importante platicar lo positivo. La maternidad tiene otro lado de la moneda.

Y eso tampoco nos lo platican mucho.

Es verdad que hay comerciales para el día de las madres que dicen que los hijos son únicos y te dan muchos besos. Que cuando nacen y los sostienes en brazos te enamoras por siempre.

Pero la parte real, del día a día, no es tan vista con ventajas, uno se va más por lo negativo. Así que quise compartirles lo que, en estos poquitos meses que llevo de mamá me ha parecido tan bueno:

  • Priorizas. La verdad hasta entonces entiendes lo que es realmente importante y lo demás puede esperar.
  • Encuentras amistades de verdad. Aunque no lo estés buscando, los temas en común te unen a ciertas personas. Las veas poco o mucho, hablen en vivo o a distancia, se forma un vínculo que ayuda, mucho.
  • Tienes ropa cómoda extra. Sé que la ropa de maternidad se guarda, pero los primeros meses sigue siendo un aliviane porque te ves bien con ella y es MUY cómoda.
  • Te sorprendes a ti misma. Sacas fuerzas quién sabe de dónde, energías, conocimientos, creatividad para inventar canciones, gestos, voces,las ideas aparecen por más cansada que estés. Además de que en el momento en que tienes oportunidad de salir a despejarte, aunque sea al súper, descubres que si es posible estar lista en cinco minutos.
  • Admiras a tu pareja. De repente aparecen cualidades que no le conocías, te aconseja, te escucha o te acompaña y tu bebé lo percibe, se siente feliz al estar con el (o ella).
  • Admiras a tus papás. O no sé si la admiración sea el término perfecto para describir la sensación que te da cuando dices ¿todo esto hicieron por mi y por eso sobreviví? Siendo adultos se nos olvida que fuimos bebés 100% dependientes y que esos papás con los que llevamos media vida discutiendo son los que lograron que cubriéramos todas nuestras necesidades.
  • Se te quita la vergüenza. En mi caso la vergüenza nunca me ha caracterizado pero si acaso me quedaba algo de pudor, lo perdí. Me atrevo a decir lo que siento, pedir lo que necesito y expresar mis opiniones sin miedo. No tengo tiempo ni energía para otra cosa y eso me resuelve todo mucho más rápido.
  • Todo huele rico. (Ok, menos los pañales) Pero de repente la mayoría de cosas en tu casa huelen a bebé. Y eso, aunque no seas muy amigo de los bebés, huele muy bien.
  • Los desconocidos son más amables. Se te acercan, te preguntan (y tu contestas como pavo real orgulloso). Te sonríen. A pesar de que seguimos en este mundo de inseguridades y desconfianzas, cuando tienes hijos eso va desapareciendo, aunque sea por momentos y te preguntan cómo están, cuánto tiene, cómo les ha ido.
  • Las amistades se afianzan, o desaparecen si se necesita. Las amigas que ya tenías con hijos, te comparten y las que no tienen o se van o se acoplan. Es la ley de la vida y la cosa es que uno se va sintiendo cómoda con eso.
  • Te motivas. Tienes un motor para lo que sea que quieras lograr y lo ves 24 horas al día frente a ti, así que no se te puede olvidar.
  • Empiezas a vivir en el presente. Esa es mi favorita, ya no me preocupa tanto lo que pasó o lo que puede pasar pronto porque necesito estar presente y alerta, entonces lo disfruto.

La verdad es que la lista es larga y como verán tiene tanto detalles muy sencillos como cosas más profundas. Puede ir creciendo constantemente, pero lo más importante es conocer también esa parte positiva de la que tampoco se habla tanto.

El amor incondicional es algo que si se dice, pero nos lo pintan de forma medio irreal. Por supuesto que vamos a amar a nuestros hijos enloquecidamente (salvo tristes excepciones) pero lo bueno de la maternidad, de formar una familia, va mucho más allá. Y además ese amor no siempre se siente así, porque los ratos difíciles no lo dejan.

Así que si están embarazadas, recién paridas o con hijos de cualquier edad, es bueno voltear la moneda y recordar todo lo que vale la pena de este camino que nos toca recorrer. Y si aún no tenemos hijos o estamos por tenerlos, es saber que además de los muchos «sustos» que nos pueden dar como el «ya no vas a dormir» o «despídete de tu vida», también vienen buenas sorpresas.

Como siempre, gracias por leer.

Ilustración de Samantha Hahn

Redefiniendo la libertad

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Cuando creces con libertad crees que el mundo es así. A mi me criaron libre, siempre tuve oportunidad de elegir. Siempre supe que mi opinión importaba. Crecer libre te enseña que cada decisión implica aceptar las consecuencias de la misma. Y eso no siempre es fácil.

Intentaré explicarme mejor.

Las reglas existen por alguna razón y, aunque hay muchas ilógicas, nos van enseñando cosas. Entonces se puede ser libres pero acatando reglas y ahí va cambiando el concepto que uno tiene de libertad.

¿Han escuchado que la libertad de uno termina donde empieza la del otro? Pues así es, pero en la práctica esos límites a veces están muy borrosos.

Entonces, antes de ser mamá fui aprendiendo a respetar esos límites. La verdad aprendí a la mala muchas veces, pero creo que aprendí. Dándome de topes, peleando con mis padres, con mis maestros, con el mundo.

Una vez que me cansé de pelear fui disfrutando un poco más de mi libertad y justo cuando iba llegando a la cima de la montaña de la felicidad, me convertí en mamá.

Uno imaginaría que ser mamá libre es mucho más padre ¿no? Que la cosa fluye, que «el instinto» ayuda y que mandar a todos a volar sería mucho más fácil, sobretodo si ya se tiene práctica en el tema. Si eres libre desde antes, ¿Qué puede complicarse tanto ahora? Se complican varias cosas.

Esto de ser madre, libre, no siempre es tan fácil.

Empezando porque nada de lo que hagas está bien. Porque parte de ser mamá es equivocarse y porque la decisión que tomes, desde tu libertad, tiene sus desventajas.

Si decides continuar con tu vida profesional como hasta ahora no faltará la culpa que te da el dejar a tu hij@ por determinado número de horas, no faltará quien te juzgue (que bien pudiera valerte, ya volveremos a este punto), no faltará la mente matemática que te diga que lo que ganas es justo lo que gastas en vueltas y en niñera, no faltarán muchas cosas que hagan sentir que esa libertad de decisión no tiene nada de bueno.

Si decides hacer una pausa en tu proyecto profesional y quedarte en casa a ser mamá no faltará el agotamiento, la sensación de que el encierro no se acaba, la sensación de que nadie ve todo lo que haces y que nunca es suficiente porque «no se nota». No faltará quien opine que «te hace falta salir» o que «estás malcriando a ese niño». No faltará quien crea que tomaste el camino fácil, que no haces nada, que estás desperdiciando tu carrera, que ya no eres la misma de antes.

Nadie es la misma de antes después de ser mamá.

Y retomando el punto de sentirse juzgado, no sabemos ignorar las opiniones porque no hemos sido madres antes. Porque el radar de cómo estamos haciendo las cosas está activado, porque queremos hacer nuestro mejor trabajo.

Entonces la libertad empieza a pesar.

Teníamos una idea de lo que era ser libres. Si alguna de ustedes, como yo, decidió ser madre en su «mejor momento», justo cuando se sentían ya cómodas con ustedes mismas y en paz con su entorno. Entonces me entienden cuando digo que teníamos una idea de la libertad.

Podíamos estructurar nuestros horarios, nuestros gastos, nuestro día. Dedicarnos tiempo y dedicárselos a los demás.

Antes podíamos mandar a los demás a volar, porque tomábamos las decisiones con conocimiento de causa, sabíamos más o menos por dónde íbamos, hacia dónde nos dirigíamos. Ahora eso no es posible.

Ahora decidimos con libertad pero a ciegas. Nunca hemos sido madres, no sabemos qué es lo que nos va a funcionar. Pero como sabemos lo que no queremos, a eso nos aferramos.

Incluso tengo amigas que tienen más de un hijo y que me cuentan que su libertad se ve igual de fracturada.

Esa sensación de no saber por dónde vamos es parte de la maternidad, supongo. Así que hay que buscarle el sentido y aprender a saborearla.

Habrá días complicados, en mi caso los uso para retomar fuerzas. Justo cuando siento que todo sale mal, cuando no logro mis objetivos del día, cuando el bebé chilaquil de repente deja de estar sonriendo y no entiendo qué le pasa, justo esos días en que uno se arrincona y siente que nada funciona, hay que buscarle sentido a la crisis.

¿Qué es la libertad ahora?

Libertad es que a pesar de que alguien opine lo contrario, podemos ser exitosas y sentirnos plenas, desde la casa. Libertad es respirar hondo y sonreirle a quienes no entienden o comparten nuestras decisiones. Libertad es trazar un nuevo plan de vida, ajustar el pasado o desecharlo por completo si se necesita.

Libertad es sabernos susceptibles, débiles y necesitadas de afecto. Libertad es compartir esas emociones con quienes queramos, cuando queramos y como queramos.

Poder invitar a nuestra pareja a tomar decisiones libres en la crianza de nuestros hijos también ayuda. Entonces podemos compartirles un poco de las crisis, cuando llegan.

Y tendremos libertad de reclamarles cuando, desde la libertad, nos sentimos solas.

No es que pierdas libertad. Es que ganas algo que es muy difícil poner en palabra y por eso se siente tan raro.

Ganas capacidad para disfrutar cosas muy simples. Ganas momentos que pasan muy rápido. Ganas aprendizaje y vas perdiendo el miedo.

Por eso digo que es una nueva libertad y la redefinimos todos los días.

Hoy por ejemplo, tuve la libertad de sentarme a escribir y tomarme un café mientras lo hago. Tengo la libertad de compartir un poco de mi experiencia y escuchar a quienes me leen y comentan.

Hay que ir saboreando estos matices de algo que no se repetirá pero que además nos va enseñando cómo podremos llevar a nuestros hijos a ser libres y lo más felices que puedan, que a final de cuentas es lo que más nos interesa.

Siéntanse libres de experimentar, se vale todo, como ya dije, respetando la libertad de los demás y eso incluye a nuestros hijos. Y si tienen un mal día, a buscarle por todos lados a ver qué le sacamos de bueno y esperar que el día siguiente sea mejor.

¡Gracias por leer!

ilustración de etsy.com

¿Será que estoy haciendo algo mal?

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Seguramente han visto por la red circulando imágenes de supermamás, súper poderes que solo las mamás tenemos, etc. Nos hace sentir bien que nuestras capacidades sean vistas como algo extraordinario y sobretodo que se nos reconozca que lo que hacemos no es cualquier cosa.

El problema es que no siempre cumplimos con todo lo que se supone que las mamás hacen y ahí empieza la guerra interna.

De por si las mujeres vamos creciendo con muchas ideas impuestas (o autoimpuestas) que para el caso es lo mismo porque no es como que todas nuestras ideas son nuevecitas, casi todas están en nuestra cabeza por lo que vemos, escuchamos, mamamos de los demás (en un sentido figurado y literal). Ya para cuando iniciamos la vida escolar vamos teniendo muchos “requisitos” con que cumplir y cuando llegamos a ser mamás la cosa se complica mucho más.

Si antes habíamos tenido que cumplir con “vernos bien”, ser estudiantes, empleadas o al menos “trabajadoras”, ser amas de casa o tener conocimiento básico de los quehaceres domésticos ahora se van agregando requisitos. Desde el embarazo vamos teniendo que saber sobre anatomía, psicología, irnos informando sobre el parto, lactancia y preparación básica para EL momento. Lista de cosas que necesita el bebé, nosotras como mamás, tacto y prudencia para todo quien nos rodee (porque claro, no es responsabilidad de los demás respetarnos, si nosotras queríamos hijos nosotras habremos de aprender cómo sobrellevar a todos los opinólogos), habremos de ir aprendiendo primeros auxilios (que incluso hay cursos), afinar nuestros conocimientos de administración porque los gastos aumentan, saber cocinar mejor (y saludable, que no se nos ocurra hacer cosas golosas). En general, tenemos que saber organizarnos.

A mi siempre me ha gustado hacer planes, listas, cuadritos, horarios. Pero cuando tengo que cumplir con lo que puse en esas listas me cuesta un poco más. Y desde que soy mamá me cuesta un muchísimo más.

Hay días en que no llego a la regadera, o que de plano no alcancé a hacer la comida, o que se me olvida pagar algo o llamar a alguien, etc.

Algo tengo que estar haciendo mal, es lo que se me ocurre siempre.

Veo mamás guapísimas (generalmente las no tan guapísimas no me causan tanto conflicto yo creo) que al parecer nacieron para ser mamás, no se despeinan, a ellas no se les cae el cabello a puños después de parir. Salen del hospital con su ropa pre-parto y sus músculos siguen tonificados. Encuentran tiempo para hacer ejercicio, cocinar, amamantar (sin dolor), total… Me demuestran que algo estoy haciendo mal.

Cuando eso pasa, tengo un mal día o malas semanas. Lo cual se traduce en un poco más de caos y muchos intentos por reorganizarme. Ahí es cuando empiezo a buscar tips.

Siempre he sido multitasker, siempre he hecho muchas cosas a la vez, incluso años antes de que se me ocurriera que si quería ser mamá. Siempre tengo varios trabajos a la vez, estudio algo por gusto, intento una nueva receta, trato de leer varias cosas, etc., etc., etc.

Pero desde que soy mamá, nunca es suficiente. Me descubro con esa sensación de que me estoy equivocando en algo. Y creo que no soy la única.

La mayoría de mis amigas con bebés me cuentan que se sienten igual.

Incluso las que se ven guapas, siguen teniendo mucho cabello y les queda su ropa pre-parto (si, tengo de esas amigas a las que si ves por la calle con su bebé, radiantes, te da un poquito de coraje), hasta ellas me cuentan que todos sus esfuerzos no se sienten como suficientes.

Entonces me pregunto ¿qué estamos haciendo mal?

Y como siempre, investigo.

La mayoría de la información “confiable” indica que a las multitaskers nos funcionaría mejor organizar pendientes, priorizar e ir de una a una cumpliendo con cada tarea. Seguiríamos haciendo muchas cosas pero ya no a la vez.

Se trataría de romper vicios, porque estamos acostumbradas a amamantar chateando, cocinar porteando, ejercitarnos arrullando al hijo, hablar por facetime con amigas mientras nos pintamos las uñas, ver una película mientras platicamos con el marido y de nuevo un largo etcétera.

Entonces, al menos a mi, la idea de hacer solamente una cosa a la vez me da un poquito de estrés. Siento como si estoy desperdiciando el tiempo.

Los hechos dicen lo contrario, que lo optimizamos y logramos acabar con más cosas. Lo he intentado y si funciona. Para fines prácticos. Para fines emocionales me ha caído bastante mal esa estrategia. Siento que no soy yo.

Así que acabo recayendo cual adicta y me encuentro a los pocos días intentando hacer todo a la vez. Claro que no lo consigo, de nuevo la vida se ve caótica, pero me siento mejor, más en mi elemento.

¿Qué les recomiendo entonces?

No tanto es cambiar la estrategia que utilizamos para cumplir con nuestros enemil pendientes. Sino cambiar los estándares de exigencia de los que partimos.

No somos heroínas por ser todólogas. No somos supermamás por hacerlo todo pronto y vernos bien mientras lo hacemos.

Al menos yo me siento supermamá cuando el bebé chilaquil sonríe. O cuando me voy y me dice adiós sin angustiarse. O cuando gatea a velocidad turbo. O cuando se golpea y se le pasa rápido el susto. O cuando la pediatra nos felicita.

Ahí se me olvida si ya subí 3 kgs. Si la casa está sucia, si el perro no se ha bañado. Si llevo meses sin entrenar, si comimos mal esta semana o si de las veinte cosas que antes podía hacer bien ahora me salen cinco.

Eso me funciona mucho mejor que las listas, los cuadritos y tanta información categorizada. Como diría mi papá, hay que bajarle tres rayitas.

Al nivel de exigencia personal, a las expectativas que tenemos de nuestros hijos, a la casa perfecta que queremos tener.

Y no porque no debamos esperar cosas de los hijos o quererles enseñar mucho. Sino porque si nos enfocamos en estar felices y que ellos sean felices lo demás va ir llegando por añadidura. Claro, con estructura y siguiendo el curso de desarrollo que les vaya tocando. Pero sin exigir demasiado de nadie porque todos somos distintos.

Seguiremos siendo todólogas (y los papás todólogos porque también hacen circo, maroma y teatro por reclamar ese lugar tan importante que les corresponde en la vida de sus hijos) pero si vamos teniendo claro que no tenemos que cumplir con tanta cosa, todo va a fluir de mejor forma.

Recordemos que los estándares de supermamá en los que nos basamos son muy parecidos (por no decir iguales) a los estándares irreales de belleza que acaban llevando a la sociedad entera a estar enferma y caer en los extremos. Busquemos equilibrar nuestra vida lo más posible y sobretodo disfrutar los momentos que tenemos, saborear esta etapa que dura poco y que nos da mucho.

¡Gracias por leer!

ilustración de pinterest*