El mar es de esas cosas inmensas e impredecibles que tanto me gustan por lo mismo. Las olas llegan y se van sin avisar y hasta el nadador más experto les tiene respeto porque no hay manera de controlarlas.
Igual pasa con la vida, te reta, te sacude. Justo así ha sido todo este tiempo como mamá, un maremoto, lleno de movimiento.
Ya les he contado en posts pasados sobre cómo las emociones después del parto suben y bajan como montaña rusa y cómo vamos cambiando las mamás, reconociéndonos, redescubriendo.
Pues de repente empezó a pasarme algo extraño.
Ya me habían dicho muchas veces que pasaría pero yo no pensaba que sería así, no a mi. Yo que he trabajado desde el otro lado acompañando gente en sus malos momentos. Yo que sé la importancia de no abandonarnos como seres separados de los hijos. Yo que sentía que iba todo marchando sobre ruedas y que después de un año de ser mamá el reto estaba siendo superado.
Pues no.
Justo después del primer cumpleaños del bebé chilaquil tuve unas semanas de mucha carga laboral, mis horarios, como mamá que trabajo en casa, son muy irregulares y como gran parte del trabajo lo hago en línea optaba por trabajar ya que el estaba dormido. Entonces empecé a dormir de 2 a 4 horas por noche, trabajar durante el día, jugar con el, corretear juntos, etc. La vida normal de las mamás, nada extraordinario. Pero mi estabilidad empezó a derrumbarse.
Andaba de malas, me desesperaba más pronto, no «tenía tiempo» de cocinar, comía mal, no podía hacer ejercicio. En fin que llegó una ola gigante a sacudirme y por más que me daba cuenta no sabía cómo salir de ahí.
Me tomó varios días encontrar un caminito y mucho apoyo de mi tribu para encontrarlo.
Tuve que aceptar que por más que hiciera cosas para mi no estaba siendo suficiente. Por más que trabajara desde casi el parto, por más que hablara a diario con mis amigas, con mi familia y tuviera la mejor comunicación con el papá chilaquil estaba batallando (y mucho) para reconectarme conmigo, con lo que quería, con lo que me da paz. Estaba en conflicto entre la que era, lo que quería antes, la que soy y lo que quiero ahora.
Y ha sido un recomenzar.
Navegar por las olas y el mar picado en lo que la marea se calma. Cosa que jamás es fácil, porque el mar picado es mar picado, nunca se siente tranquilo, nunca da igual. Pero saber que es algo que pasará da mucha más claridad mental y deja tomar mejores decisiones.
En mi caso he ido teniendo que estructurar aún más las cosas. La alimentación con menús fijos o casi fijos. Las salidas con amigas casi establecidas por fecha y día (porque si no, jamás se logran), los momentos de soledad ya destinados para algo previamente, los momentos de pareja igual.
Tal vez suena sencillo pero quienes llevan varias vueltas por esto del posparto saben que no es algo que dure poco, no tiene caducidad porque vamos cambiando junto con el bebé y porque los retos siempre son distintos.
La clave, en mi caso ha sido en saborear ese tiempo sola, releer lo que se que me sirve, reconectarme conmigo.
Son cosas simples, pero si a lo largo de las semanas contamos con apoyo, con minutos de silencio, con actividades para nosotras solas, eso hace toda la diferencia.
Mis amigas veteranas en el tema de ser mamá bien me lo habían advertido y ahora que me pasó me recordaron que es normal. Son etapas. Y todo pasa.
Lo que puedo decir es que el proceso me recuerda lo que durante toda la vida me ha costado aprender, siempre debemos ponernos primero, para estar bien con los demás.
Y eso incluye a los hijos.
Busquemos el tiempo para comer, para bañarnos, para descansar. El tiempo para hacer ejercicio, para salir solas, para leer, para estudiar, para trabajar. Para todo aquello que cada quién necesite. De esa forma estaremos al cien con ellos y con todos los demás, sobre todo, de esa forma seguiremos felices con las decisiones que vamos tomando y tranquilas de que estamos dando lo mejor de nosotras, ni más ni menos.
Hay literatura que asegura que el posparto dura hasta dos años. Empiezo a pensar que es probable que sea así o bien que tanto ajuste no quepa en otro nombre y por eso lo metemos ahí.
Lo importante es no encerrarnos en la cueva de la queja y el lamento. No dejar que gane la desesperación ni creer que nadie más pasa por lo mismo. Es indispensable hablarlo y sobretodo hacer algo al respecto. Los cambios que necesitemos hacer para tener la paz necesaria para seguir navegando.
El mar siempre está en movimiento, hay que disfrutar las salpicadas.
¡Gracias por leer!
*ya saben, ilustraciones de pinterest